El bosque de las mandrágoras.
Creí ser hiedra con flores rosadas
basculando en un puente sin temor a nada.
Son los bucles del amor
los que acarician el
hálito sádico del error: burlón sin
compasión.
era mi historia,
mimética a la excelsa gloria de
Perseo y Andrómeda,
cuya constelación brilla
en honor a tan sublime victoria.
Avistaba llanuras Eliseanas
mientras en ti dichosa cimbreaba,
y tanta era mi alegría
que el tacto arácnido de la ortiga
minó la savia que nos unía.
Y tú pudiendo reconstruirla
creíste que eran fruslerías.
Caí con manos desunidas
gritando el antídoto contra la infamia de la
ortiga.
Pero no me oías…
Ahora resido en el bosque de las mandrágoras
donde acuden hechiceras
con rostro de cera
y cianuro en las venas.
¡Bayas endiabladas!
Inyectando escarnio
en mi alma varada.
Me balanceo en
en la tela de araña:
esa es mi posada.
Y sólo deseo que mi antídoto llegue al cielo
y los ángeles restauren
mi reino.
Marisa Béjar, 05/02/2018.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDichosa esta poesía. Majestuosa. El reino de la poesía. Dientes que a este bosque muerde.
EliminarBesos T
Hola T. La rapsodia es el origen del caos y de habitar en el turbulento bosque de las mandrágoras. Muchas gracias por leer y transmitirme tus bellas sensaciones. Besos.
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