Cuando era pequeña y estaba enferma, mi madre me decía que fuera a dormir a su cama y mi padre dormía en la mía.
Entonces volvía a sentir que vivía en la placenta y nada podía afectarme. Era como si estuviera rodeada de líquido amniótico y él fuera mi protector contra el mundo.
Esa extraordinaria sensación de protección existe en nuestra consciencia antes de nacer, y durante toda la vida intentamos recrear ese espacio de bienestar que abandonamos al respirar por nuestros propios pulmones.
Y aunque cuiden de nosotros con abnegada devoción; al nacer ya estamos sólos… Tenemos que enfrentarnos a respirar por nosotros mismos. Enfrentarnos al aire: esa es nuestra primera lucha…
Buscamos seguridad, desesperándonos si la perdemos o jamás conseguimos atesorarla.
Y puede que existan reminiscencias de que esa seguridad te la dio otra persona. Y basamos nuestros actos en muchas ocasiones refrendados por el criterio de otros, porque nos vemos indefensos ante nosotros mismo.
Marisa Béjar, 14/12/2017.
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