El Abrazo de las Muñecas
Soñé que me hallaba inmersa en una extenuante guerra verbal frente a una veintena de personas; todos desoían mi discurso. Era una sala fría; con aparatosas luces blancas cegadoras por doquier, provista por amplia mesa y sillas metálicas. Las paredes pintadas de blanco amplificaban los destellos de luz creando escarchas, que clavaban como agujas herrumbrosas en mi sien.
Mi cuerpo y mente yacían en perturbadora extenuación. Abandoné aquel espacio gélido y fustigante de forma abrupta; y a pasos agigantados que resonaban como una onda sísmica capaz de quebrar las baldosas. Coloqué la palma de la mano en el pomo de la primera puerta que vi; misteriosamente el zumbido de las conversaciones insidiosas cesaron. Mi cuerpo ocupaba otro espacio temporal, y ahora solo oía el trino de una pareja de chotacabras que flanqueaban la puerta. Al alzar la vista observé como con cada nota musical brotaban hojas de la puerta hasta formar virtuosas ramas de con hojas acorazonadas de color verde esmeralda, donde palpitaba la savia. Al instante un helecho recorrió mi mano y con suma dulzura la puerta se abrió. El helecho me acarició la espalda y se encargó de cerrar. Atrás quedó un griterío de frases inconexas.
Hallé esperanza al estrecharme con la naturaleza y se disipó el malestar que había desbordado mis sentidos. La quimera de estruendosas voces estaban blindadas; la puerta clausuraba su entrada.
Me hallaba en un pasillo en semi penumbra con las paredes cubiertas de papel antiguo en formas hexagonales y pavimentado con baldosas bellas, pero deslucidas por el paso del tiempo. Al iniciar mis pasos atisbé figuras vaporosas y evanescentes refulgiendo una luz azulada. Las figuras adquirían formas antropomórficas cambiando los rasgos sexuales con movimientos gráciles y magnéticos. El camino fue más placentero con aquellos seres extraterrenales. Me sentía parte de aquel lugar, y me reproché el hecho de no haber llegado antes allí. Solo tenía que haber encontrado aquella virtuosa puerta.
Al final vi un pasillo iluminado por una tenue luz ambarina y subyugante que enaltecía mi espíritu. Había una primorosa alcoba en el fondo del pasillo. Todos los enigmas y tribulaciones que habían perturbado mi insidiosa vida en la Tierra morían allí. La puerta estaba abierta y la habitación repleta de muñecas de todos los tamaños. La puerta la flanqueaban dos muñecas de gran tamaño; como centinelas de un Reino Arcano. Ellas me extendían los brazos, a modo de invitación para que dejara aquella pugna estéril de la sala de luces cegadoras.
Ellas eran mi remanso de paz. De modo que dejé de luchar, anduve por el pasillo deseosa de ver el interior de la habitación. Conforme avanzaba el paso veía multitud de muñecas ocupando distintos lugares de la estancia, pero la mayoría yacían sobre la cama.
Me acomodé en el centro del lecho, en un instante una muñeca de gran tamaño atravesó el espejo colgado sobre la cómoda (del tamaño de una niña de cinco años). La muñeca llegó levitando a la cama, y se acomodó a mi lado izquierdo. Poseía una cara aniñada con bellos ojos azules y dos trenzas rubias que descendían sobre sus hombros adornadas con lazos rojos. A continuación; todas las demás subieron a la cama. Era un llamado general, todas obedecían a una misma alma que me brindaba calma y satisfacción infinita. tumbada en aquel plácido lecho cerré los ojos y sentí el abrazo más bello de toda mi vida: el Abrazo de las Muñecas.
¿Acaso era aquello una forma de morir? ¿ Era un modo de trascender a otro espacio extraterrenal?
Han pasado varios meses desde aquel sueño, y siento nostalgia. Me gustaría hallar la calidez de aquella habitación.
Marisa Béjar 28/10/2025