domingo, 30 de septiembre de 2018


Diáspora de amor.






Ahora sé que no

existe el jardín

que alumbró mi primer amanecer.

Es una derrota indómita;

como el llanto insano

del neonato

que se aferra a una célula

que Hera desea yerta.


Es una felonía

a la gloria que encandiló mis días.

Ese ser hollado en el tártaro

que oye el siseo de cántaros

por hadas moldeados…

Y acribillados

por abstrusos duendes

en paz hipados.


Y  en ese intervalo

exangüe en aire

siento:                                                                                                                           
diáspora de amor.


Mi jardín

es el aerolito

que creí que salvaría

mi aura maldito.




Marisa Béjar, 23-12-2017.




sábado, 29 de septiembre de 2018

 Dolor insepulto.


Es el dolor insepulto,
¡abrupto!
Escarnio al sabio
que postula teoremas
en frágil andamio.
El muérdago huyó a otra morada,
pues la hedionda almohada susurra: ¡Basta!
El aire es gomoso
y el camino angosto.
Sólo en el canto del mirlo
hallaré el acertijo.

Marisa Béjar. 10/03/2018.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Miríada de aullidos.



Una miríada de aullidos

miméticos al  Nilo

por tu vacío.

El pandemónium es donde habito,

entre seres con rictus de espino.



Marisa Béjar, 20 de septiembre de 2018


Ilustración: Anka Zhuravleva

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Camafeo de versos.




Más allá de la lobotomía del silencio,
donde expira el quebranto
y se descoyunta la carne; 
ingrávido aleteo 
sin argolla de mármol.

El sofisma hexagonal 
yace en la pira
de las verdades tubulares;
sin resquicios, sin finales…

Te esperaré en el cerúleo valle
de mis sueños.
Los topógrafos no hallaron el enclave,
debes escuchar el tintineo del ave
que custodia el camafeo de mis versos.



Marisa Béjar, 19/09/2018.

lunes, 17 de septiembre de 2018


Murciélago azul.





Hoy tu ausencia me lleva a deambular por calles vacías. Sólo me acompaña una sombra titilante y alargada que se empeña en perseguirme. Me perturba su presencia porque posee vida independiente a la mía, se mueve de forma amenazante mientras se acerca  mostrándome sus fauces.

Observo el oscuro cielo desprovisto de estrellas, la contaminación las oculta y no me permite contemplarlas. Pero sé que en este mismo instante brillan para otras personas que respiran vida y no la mísera polución que me rodea.

Me siento en un banco y miro el edificio de enfrente. Hay algunas luces encendidas y lloro al pensar que podríamos estar viviendo juntos en cualquier habitáculo de aquellos. La luz que buscaba en el firmamento la vislumbro en la tierra porque es aquí donde te necesito y no en la vaguedad del espacio.

Pasa el tiempo y merman las luces del edificio. Puedo ver cómo a través de los ladrillos los moradores despiden el día y descorren las colchas para recibir el sueño que tanto anhelan. Unos duermen con sus hijos, otros con su pareja, algunos con sus mascotas y sólo hay uno que duerme solo: vive en el cuarto tercera. Y es exactamente en ese cubículo de luz donde a las dos de la madrugada se encuentra el alma desvelada.

Constato que  escribe compulsivamente tecleando el ordenador, pero no sé si habla con otra persona o consigo mismo. Su mirada acusa una insondable melancolía. Asisto a un ininterrumpido goteo de agua que se filtra a través de aquella vivienda hasta la calle, son lágrimas capaces de atravesar un edificio.

Se ha formado un charco que serpentea errante entre las gélidas baldosas olvidadas por los transeúntes que duermen plácidamente.

Siento las extremidades entumecidas, el frio adquiere una virulencia impetuosa cuando se hiela el alma.  Bajo los ojos y advierto que mi abrigo gris muta a un tono más oscuro en la parte del corazón. Mi abrigo se empapa, mi corazón se deshace en escarcha. Huye de mi cuerpo formando un sinuoso riachuelo sobre el pavimento. Me aterra su huida y presiono la mano para retenerlo, pero yerro en el intento porque ya no me pertenece.

Mi cuerpo languidece sobre las mismas tablas de madera que la tarde anterior dos adolescentes se prometieron amor eterno embriagados de felicidad. Quisiera contagiarme de aquella hilaridad que tronó hasta el cielo mientras dibujaban juntos sus vidas.

Declino en mi obstinación por aferrarme a mi corazón, la mano de desliza balanceando inerte sobre el reposabrazos del banco. Apenas puedo abrir los ojos, me voy acoplando al respaldo para no despertar jamás. Justo cuando creo desvanecerme eternamente, un murciélago azul se posa en el banco y emite un chillido sobrecogedor despertándome de mi letargo.

Al abrir los ojos veo que media un palmo entre los dos caminos de agua. Sin mediación de un plano, ni brújula se han encontrado. Miro hacia arriba y veo que el del cuarto tercera eres tú.

<<¿Pero qué haces ahí escondido? Si en realidad no estábamos tan lejos, pero te empeñaste en creerlo>>, pienso mientras lloro. 

Mis últimas lágrimas obran un milagro: aumenta el caudal y se fusionan los dos caminos. En ese instante me ves y bajas a buscarme.





Marisa Béjar, 24/01/2018.





martes, 11 de septiembre de 2018


El Cerezo. 





Soñé que atravesabas un campo de cerezos
cubiertos de blanca gala.
Paisaje albino,
óvalo divino
por mi amor guarnecido.
Hierba que arrulla mis piernas
con plumas de colibrí:
¡sí!, estás ahí.

Soy prisionera de tu tierra.
Fui engrilletada en roca y purpurina, 
combinación que expolió mi vida,
pues los cuervos acudieron con sus llaves
de diamantes que ahora custodian en nidos de pegasos
cuyo hallazgo es un misterio:
como la muerte de la dulce Marilyn.

Con la suavidad que se desliza la pluma sobre el papel,
mis manos láudano en tu Ser.
Nuestros cuerpos fueron fieltro
en aquel cerezo.
Miríadas de hadas cacaraquean la gloria,
¡escribanos  narran nuestra bella historia!
Tu mirada azul a través de níveas y algodonosas rosas…
El cerezo es el espejo de mi amor eterno: cenit de mi vida,
savia bendita que ansía mi alma proscrita.
Sólo necesito el espacio que abarcan tus manos,
viviremos dentro del cerezo
y él será nuestro Universo.

Sufro un desvaído
¡Despierto en el vacío!
¡Árbol impío!
¿Dónde estás amor mío?
Aquellas flores que creí aliadas
fueron pirañas 
con dientes de guadaña.

Las Pleyades
yacen en simas fantasmales
huyendo de un cielo trastocado
que llora trasnochado.

El cerezo fue un infundio
y por ello vago perdida en un latifundio
de monstruos nauseabundos.
Sólo los juncos
me acarician hoy en este mundo.

Marisa Béjar, 11/01/2017.


Hola.
Gracias por leer mi poema. Sólo puntualizar que este es una de mis poesías favoritas. Lo tenía oculto, pero he decidido hacerlo público. Gracias por tu tiempo.

Marisa Béjar, 11/09/2018. El Cerezo, siempre será mi árbol favorito,




martes, 4 de septiembre de 2018


Espíritu contrafóbico.







No puedo ceder al miedo, debo seguir hasta el final. Cuando llegue el último round sé que no podré golpear ni bloquear;  el miedo paralizará mi cuerpo. Quiero verme inmersa en un sentimiento contrafóbico que me ayude a ganar.

Contrafobia; esa es la victoria.





Marisa Béjar. 31 de diciembre de 2017.

El desencuentro.









Cuando era niña, creí en mi absoluta ignorancia que si luchaba y amaba una causa obtendría el resultado deseado.

Supongo que el ser humano necesita aferrarse a esta atávica farsa para poder sobrevivir.

Con el paso del tiempo se va diluyendo esa supremacía que creía congénita: sólo conseguimos aquello que está en nuestro camino. En la mayoría de ocasiones requiere lidiar contra los elementos, pero existen supuestos en los que simplemente aparece de repente. Sin esfuerzo: es como cuando a un chico adolescente le cambia el timbre de voz. Una noche se acuesta dando las “buenas noches” a su mamá en tono aflautado y a la mañana siguiente su voz resuena con un matiz más grave. Y ese devenir continua, hasta que se consolida la voz que le representará toda la vida… Es un proceso distendido, no hay conflicto, sólo el mero fluir del tiempo. Aunque siempre subyace una lucha: la madurez sobre la niñez, pero es una lucha consensuada.

El problema es que yo sé lo que se halla en mi corazón pero no dispongo de un oráculo que me muestre el destino. Y guerreo amando cada causa en la que creo. Pero mi espíritu reclama su ubicación en el mundo tangible.

Voy con una inmensa venda en los ojos, avanzando sin ver el horizonte, palpando la perniciosa y  recalcitrante oscuridad.

No me propuse cotas faraónicas de imposible cumplimiento. Perdí mucho tiempo cultivando campos yermos… Ahora siento lástima porque asisto al peor de los desencuentros: mi propio desencuentro. 





Marisa Béjar,  08/01/2018.


domingo, 2 de septiembre de 2018


Querubines de la vaguada.








Somos querubines

distorsionando el amperio del excelso arte

de amarse,

socialmente adulterado

por arritmias y farsas cívicas

que asfixian la autoestima.



Querubines de la vaguada,

juntos alcanzamos laderas irisadas

donde queda embarrada

la agorera espera.



Querubines de la vaguada

viviendo en un reino sin cerbatanas.

Nirvana bajo las alas…

¡Esa concavidad abraza las almas!

Donde se extingue la herrumbre

y el pasado son bufonadas

escanciadas en la nada.



Yacemos en un vergel de satén,

reverencial piel: dintel de placer.

Saciamos la hambruna

en nuestras texturas,

desfalleciendo si no hay encuentro

y el susurro muere en el cortejo del averno.

Somos poleas de seda

deslizándonos en nuestra propia esfera.



Marisa Béjar, 31/01/2018