martes, 4 de septiembre de 2018

El desencuentro.









Cuando era niña, creí en mi absoluta ignorancia que si luchaba y amaba una causa obtendría el resultado deseado.

Supongo que el ser humano necesita aferrarse a esta atávica farsa para poder sobrevivir.

Con el paso del tiempo se va diluyendo esa supremacía que creía congénita: sólo conseguimos aquello que está en nuestro camino. En la mayoría de ocasiones requiere lidiar contra los elementos, pero existen supuestos en los que simplemente aparece de repente. Sin esfuerzo: es como cuando a un chico adolescente le cambia el timbre de voz. Una noche se acuesta dando las “buenas noches” a su mamá en tono aflautado y a la mañana siguiente su voz resuena con un matiz más grave. Y ese devenir continua, hasta que se consolida la voz que le representará toda la vida… Es un proceso distendido, no hay conflicto, sólo el mero fluir del tiempo. Aunque siempre subyace una lucha: la madurez sobre la niñez, pero es una lucha consensuada.

El problema es que yo sé lo que se halla en mi corazón pero no dispongo de un oráculo que me muestre el destino. Y guerreo amando cada causa en la que creo. Pero mi espíritu reclama su ubicación en el mundo tangible.

Voy con una inmensa venda en los ojos, avanzando sin ver el horizonte, palpando la perniciosa y  recalcitrante oscuridad.

No me propuse cotas faraónicas de imposible cumplimiento. Perdí mucho tiempo cultivando campos yermos… Ahora siento lástima porque asisto al peor de los desencuentros: mi propio desencuentro. 





Marisa Béjar,  08/01/2018.


2 comentarios:

  1. Me sumerjo en estas palabras dibujafas en una reflexión que nos hace palpar nuestro yo. Y la realidad. Me encanta leerte.
    Besos Marisa

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    1. Encantada de saber que te gustó esta introspección. Gracias por tu tiempo y por tus bonitos comentarios, me hacen feliz. Besos Don Dumas

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