miércoles, 7 de febrero de 2018

El bosque de las mandrágoras.







Creí ser hiedra con flores rosadas

basculando en un puente sin temor a nada.

Son los bucles del amor

los que acarician el

hálito sádico del error: burlón sin 

compasión.



Rapsodia:

era mi historia,

mimética a la excelsa gloria de

Perseo y Andrómeda,

cuya constelación brilla

en honor a tan sublime victoria.



Avistaba llanuras Eliseanas

mientras en ti dichosa cimbreaba,

y tanta era mi alegría

que el tacto arácnido de la ortiga

minó la savia que nos unía.

Y tú pudiendo reconstruirla

creíste que eran fruslerías.



Caí  con manos desunidas

gritando el antídoto contra la infamia de la
 ortiga.

Pero no me oías…




Ahora resido en el bosque de las mandrágoras

donde acuden hechiceras

con rostro de cera

y cianuro en las venas.

¡Bayas endiabladas!

Inyectando escarnio

en mi alma varada.




Me balanceo en

en la tela de araña:

esa es mi posada.

Y sólo deseo que mi antídoto llegue al cielo

y los ángeles restauren

mi reino.



Marisa Béjar, 05/02/2018.


3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Dichosa esta poesía. Majestuosa. El reino de la poesía. Dientes que a este bosque muerde.
      Besos T

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    2. Hola T. La rapsodia es el origen del caos y de habitar en el turbulento bosque de las mandrágoras. Muchas gracias por leer y transmitirme tus bellas sensaciones. Besos.

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