miércoles, 7 de junio de 2017

La casa de Vallirana.



               


Mi abuela empeoró de salud. No podía seguir viviendo sola en mitad de la montaña.

Sus hijos tomaron la decisión de vender la casa y enviar a mi abuela a un asilo. La ubicación del inmueble era una temeridad para una persona octogenaria. Durante esa etapa las dos sufrimos muchísimo, no queríamos perder nuestro hogar en Vallirana. Expusimos diversas opciones para enmendar el asunto, pero durante seis meses todos nuestros alegatos fueron desoídos. Éramos las únicas benefactoras de la causa.

Vencimos.

Yo tenía veintiocho años, me fui a vivir con ella y contratamos una chica para que la atendiera en mi defecto. 

La primera noche estuve paseando por el bosque con Venus, la perra de mi abuela. Salí con una linterna. La luna menguante no se prestó como aliada para iluminar el camino, pero las estrellas fulguraban  pletóricas congraciándose con nosotras.


Fue una exultante sensación de libertad, abandonar el tedioso asfalto y clavar los pasos en la tierra. Deambulaba deleitándome del sutil movimiento de los helechos en la oscuridad. La dulce melodía del bosque nocturno acudió en arrullo con el ulular de los búhos, el canto de los mirlos y el siseo de las ramas de los árboles. El rocío cubría la hierba ensalzando su olor, un aroma que conquistaba mis sentidos transportándome a otra vida. 

Regresé entusiasmada a la casa, pero antes de entrar algo detuvo mis pasos en mitad del jardín.  A través de la ventana de la cocina vi el espíritu de mi abuelo detrás de mi abuela. Me aproximé para cerciorarme, y él me sostuvo la mirada. Eran los ojos almendrados que me amaron, pero ahora asomaban tenues vetas verdosas.

Mi abuela trajinaba feliz en la cocina, parecía que sus achacosas piernas recobraban la lozanía de antaño. 

Decidí mantener mi posición en el exterior y seguir contemplando la escena. Deseaba verlos interactuar, pero no ocurrió. Comprobé con pesar que mi abuela no podía verlo.

Mi abuela murió cinco años después y yo me quedé en la casa de Vallirana para siempre.

Busqué a mis abuelos hasta en el último recodo, pero al final comprendí que residían en otro lugar. 

Desde que falleció mi abuela, sueño continuamente con ella. Y es siempre el mismo sueño recurrente.

El sueño se enmarca en lugares reales. El espacio siempre es distendido, contribuyen a ello los tonos pastel y sonidos armoniosos del entorno. Pero lleva implícito una gran carga emocional. Es una fraternal reunión de almas.

En el sueño veo a mi abuela realizando actos de la vida cotidiana. Soy feliz porque estoy con ella, no soy consciente de su muerte.  Sostenemos una conversación fluida relacionando varios temas.  Pero conforme transcurre el tiempo onírico  constato que mi abuela es mucho más joven que el último día que la vi. Su rostro no acusa los estragos de la enfermedad que cubrió de sombra el último año su vida, y se muestra más joven. Su mirada vidriosa  y sus ojeras violáceas han desaparecido. Las líneas del rostro dibujan rasgos pueriles que mitigan las margadas arrugas. Los labios exhiben un tono sonrosado.

Pero llega un momento que me paralizo. Mi mente no cesa de pensar: <<está muerta>>.  Y en ese instante siento que me atraviesan el alma, es un azote colosal y repentino. No lo entiendo, porque no es etérea, es tangible y actúa con total naturalidad.

Pero mi inquietud aumenta, y lloro. Y entre lágrimas le digo que está muerta, mientras ella sonríe y no atiende mi desazón. Me ofusco porque no me corresponde en el sentimiento. Sólo hay lenguaje gestual. Cada vez sonríe con más ímpetu, mientras siento mi dolor más ahondado.

Es una contraposición de sentimientos; una disociación de mundos.

Me hallo inmersa en medio de una neblina con tumultuosas preguntas.

Mi abuela siempre fue una mujer ingeniosa ¿Qué trata de decirme? Es un espíritu sublime ¿Por qué me hace eso?

Y al final del sueño creo hallar la respuesta:

Puede que sonría porque trata de comunicarme que el alma es inmortal, y que yerro en mis postulados al sentir tanto dolor, porque ella sigue viva. No comprende mi tristeza, y la situación le resulta cómica.


Pero después pienso en mi abuelo, es él quien resuelve la incógnita. Mi abuelo no pudo decirle a ella que estaba su lado.

Del mismo modo mi abuela no puede delatar el misterio, aunque ella sabe que lo sé y por eso sonríe.



Marisa Béjar, 07/06/2017.

2 comentarios:

  1. Dicen que mientras alguien te recuerde sigues vivo, tu relato me hace pensar que tal vez sea posible...
    Gracias por compartir

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    1. Muchas gracias por comentar. Creo que nunca morimos del todo...Un placer verte por aquí. Saludos!

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