martes, 4 de abril de 2017







La chica de los ojos transparentes.



Parte I





       Recuerdo que era un viernes alrededor de las tres de la tarde, salía a zancadas  de la oficina para atrapar el preciado vagón de metro mágico que me llevaría a mi guarida. Fue un día terrorífico, en la oficina surgieron problemas de distinto orden durante toda la jornada laboral: los teléfonos estaban a punto de estallar, y los jefes no cesaban de bramar inmersos en un iracundo discurso demoledor tiranizando al personal subordinado. En tres ocasiones recurrí a los analgésicos para mitigar la tensión.
       Acoplé mis posaderas en el asiento y al oír rugir el motor sentí la liberación de alejarme de aquel atolladero. Palpé en el interior de mi bolso en busca del móvil y empecé a leer un artículo referente al cierre definitivo de un refugio de perros y gatos ubicado en Castellón. Me aguijonearon el corazón las intensas miradas lacrimosas de los perros implorando misericordia a través de las rejas… Pese a los múltiples y hercúleos esfuerzos ejecutados por la dirección del centro y los cuidadores, no existía alternativa. El presupuesto era insuficiente y las instalaciones precarias. El cierre era definitivo e inminente. El Ayuntamiento se exoneraba de prestar cualquier tipo de ayuda.
       Por suerte en las últimas semanas aumentaron las adopciones, asimismo otros refugios y protectoras se ofrecieron para acoger setenta y dos animales, pero aún había que hallar una solución para el resto…
       El llamamiento era desgarrador, urgía encontrar hogar para sesenta perros y quince gatos. Aquellos animales conocieron la calidez de un hogar y ansiaban volver a reconquistar su antiguo estatus.
       Bajé del andén sulfurada, inmersa en una vorágine desesperanzadora exhalaba suspiros al recordar aquellas cándidas caras abatidas por el dolor.
     De repente el sonido de una guitarra eléctrica paralizó mi marcha acelerada en el andén. Miré en derredor y vislumbré la espigada silueta de una chica joven: su cabello largo, lacio y rosa violáceo cubría parte de aquella guitarra eléctrica azul claro, un azul casi transparente: como sus ojos. <<Curioso paralelismo>>, pensé. Iba ataviada con una chaqueta negra de curo con tachuelas, y lucía anudados al cuello varios pañuelos de colores con largos flecos.
       
(Continuará...)

Marisa Béjar.



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