La chica de los ojos transparentes
Parte II
Pese a la distancia que mediaba entre ambas advertí que su mirada irradiaba una exquisita mescolanza de fragilidad y fortaleza infinita.
Avancé presurosa entre la multitud hasta colocarme a un metro de distancia. No podía apartarme de allí, las hipnotizantes notas de aquella guitarra poseían la virtualidad de danzar en el aire y atravesar mi alma. Sus largos y estilizados dedos acariciaban el mástil con una sutileza embriagadora, desgranando compases soberbios que flotaban irisados en el tétrico ambiente de voces apremiantes.
Nadie se detenía, todos tenían prisa por ir a algún lugar.
Creí necesitar una excusa para permanecer más tiempo, como si la corta distancia me intimidara. De modo que me apoye en la pared simulando que buscaba algo en el interior, fruncí el ceño en señal de frustración. <<¿Dónde estará la maldita hoja?>>, balbuceé. Y en aquella falacia teatral permanecí unos minutos. ¿Por qué tuve que inventar un absurdo para justificar el motivo de mi abrupta detención en el andén?, ¿Por qué no me planté delante a deleitarme de su enigmática presencia y melodía? Realmente era lo que quería… Después de unos sublimes minutos reanudé mi camino, pero sin dejar de oír la guitarra.
Nunca sabes dónde te lleva la vida: puedes cantar en el subsuelo urbano o el más preciado escenario. A ella nadie la mimaba ni siquiera con una ligera sonrisa. A muchos les cuesta reconocer la autenticidad de un talento cuando socialmente no ha gozado de dicho reconocimiento previo.
Las cualidades de las personas están ahí para que cualquiera las pueda aprehender con sus sentidos, pero hay quienes delegan esta función depositándola en el poder de los demás. De modo que nadie era capaz de oír aquel sonido divino que arrancaba de las cuerdas de su guitarra azulada.
Así que inevitablemente pensé que a la chica de los ojos transparente también la habían abandonado, como los perros y gatos que había estado viendo minutos antes.
Han pasado dos años desde que la vi y aún sigo con la férrea esperanza de encontrarla en algún lugar tocando su guitarra. Me recrimino aquella pueril y enervante conducta que determinó excusarme en buscar <<una hoja>>: ocultarme y no mostrar mis sentimientos. Fui capaz de lanzar unas monedas al vuelo, pero no de felicitarla, y me arrepiento porque ella lo necesitaba, y yo también. Pero no pude hacerlo... A veces la vida sólo te da una oportunidad de realizar una acción.
Fin.
Marisa Béjar, 24/09/2009.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Gracias!
ResponderEliminarPuede que lo que nos frene sea un incongruente miedo escénico al que desdichadamente estamos aferrados... y cue.sta liberarse.