martes, 28 de marzo de 2017


BESOS VERSUS PUÑETAZOS




      Y entonces comprendí que en la vida como en el boxeo, a veces ni los besos ni los golpes se pueden evitar. Que  no se vive en un eterno estado de dolor ni de placer.
      Los puñetazos que más me dolieron no los vi venir. Algunos guantes tiranizaron mi cabeza en un inmisericorde zumbido ensordecedor, que afortunadamente desapareció.
      Tampoco vislumbré la trayectoria de los besos que más me gustaron, simplemente los encontré como un bello regalo en mis labios. Como el de aquella primera cita con un chico que me sorprendió en medio de un  restaurante con el beso más bonito de mi vida. Una trayectoria que hubiera deseado infinita, pero al igual que los golpes: también desapareció.
      Luchamos por conseguir un triunfo que en ocasiones se escapa porque no nos pertenece, recibiendo el reverso de lo deseado: la maldita y perversa realidad postrada ante nosotros. Sin devaneo alguno y con su habitual firmeza, se asienta en nuestra vida soterrando nuestros deseos. Y ella es la unánime vencedora.
      Un mal golpe en el ring me lanza al suelo y termina el combate. La realidad gana la batalla, la realidad se torna adversidad. La ficción del sueño decae ante realidad imperante que se enarbola en el podio del poder.
      El encuentro con el beso deseado sin visualizar el sendero que delimita ambos seres abruma mis sentidos, pero sus efectos también desaparecen.
      Me quedé sola en un  meditabundo estado gris, porque no soy capaz de ver las trayectorias y porque adolezco de la virtud de perpetuar los impactos que más deseo. Y cuando sólo me queda el recuerdo de sus besos, los impactos de seda sobre mis labios devienen  puñetazos.

                    Marisa Béjar, 21/04/2010.

Practiqué boxeo durante once años, la de la foto soy yo.
La imagen fue captada por la fotógrafa profesional Carme G.

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